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foto kiki la aprendiz de bruja
"Cada uno tenemos que encontrar nuestra propia inspiración... y a veces no es nada fácil." - Kiki, la aprendiza de bruja (1989)
Rebeca Laureano Palma (Beka)
Todos los derechos reservados.
Cuernavaca, Morelos, México. 2024.

El libro negro

Una historia de venganza que refleja mi sentir sobre una situación tan dura que viven tantas personas en mi país, en México.
Beka Laureano
Publicado:
1/11/22
Tiempo de lectura:
15 minutos

Escucha el cuento:

¿Quieres saber por qué me volví una bruja?

 

Siempre, desde que era pequeña, me han llamado la atención las historias de brujas. Me gusta todo de ellas: su vestimenta es fantástica y aterradora a la vez; los vestidos negros, gorros puntiagudos, zapatos chatos y feos. Las brujas engañan a sus víctimas disfrazándose de hermosas damas, pero cuando se transforman, su nariz se vuelve grande y aguileña, además, usan pelucas para tapar su calva. Me encanta su porte de amas y señoras del mundo. Pero qué lejos estaba mi realidad de la bruja en que me convertiría.

Una tarde de verano, en la ciudad de Cuernavaca el calor era asfixiante, penetrante, la sudoración aparecía en los lugares más recónditos de mi cuerpo. Iba en la ruta, para los lectores que no saben qué es eso, es un microbús que se utiliza para transportar máximo treinta personas, pero esa regla no funciona en Cuernavaca.

Siempre la tomaba antes de las cuatro de la tarde para llegar a mi universidad ya que entraba a esa hora. Me gustaba el horario porque me permitía dormir más. Pero el calor no me complacía.

—Toca el timbre, nos vamos a pasar —dijo Fernanda.

Fernanda era mi prima y desde que tengo memoria, siempre habíamos estado juntas, como si fuera mi hermana. Mis papás decidieron tener sólo un hijo y nací yo, creo que me hubiera encantado tener hermanos; sin embargo, si hubiera sucedido eso, a lo mejor no habría sido tan apegada a Fernanda. Vivíamos en la misma calle, y nos veíamos todo el tiempo, a veces me la pasaba en su casa por más de una semana; otras veces, ella venía a la mía. Disfrutábamos nuestro tiempo juntas viendo películas; es extraño, pero hasta teníamos los mismos gustos, nos encantaban las cintas de aventuras y fantasía, nos emocionábamos tanto que hacíamos de las noches de películas, noches muy especiales.

Lo que nos llamaba la atención de las películas de aventuras era que al protagonista nunca le pasaba nada malo, siempre salía ileso. En cuanto a las cintas de fantasía nos gustaba que no fueran reales y que te propusieran un mundo nuevo. De esa manera convivías con dragones, elfos, brujas, magos y el personaje principal podía o no tener poderes.

La ruta se paró y nos bajamos, caminamos dos cuadras grandes para llegar a la universidad. Desde que conocimos la escuela nos fascinó porque era pequeña y eso fue lo que nos llamó la atención a las dos; somos poquitos y nos apapachan mucho.

Una escuela privada, pero querido lector, no creas que somos de dinero; en Cuernavaca existen escuelas que no son tan caras para aquéllos que no pudimos entrar a una pública. Tenía dos edificios de tres pisos cada uno, así que no había mucho alumnado, pero aun así nos gustaba. Me encantaba subir las escaleras y reconocer a cada uno de los compañeros, aunque no estuvieran en mi carrera.

Sentada, escuchando la clase, disfrutaba a través de las ventanas cómo caía el sol hasta llegar el atardecer. En ocasiones, la escuela se pintaba de anaranjado, el tono de la tranquilidad, porque por un segundo me perdía en él y dejaba de escuchar los ruidos y me enfocaba en el color que se iba desvaneciendo hasta llegar a un sutil azul y después, la noche.

Mi prima se sentaba a mi lado, era un año más grande, pero un tiempo decidió dejar de estudiar ya que no sabía lo que quería. Un día estábamos platicando y nos dimos cuenta de que siempre quisimos poner una empresa y es cuando decidió estudiar mi carrera.

Antes de esa conversación no lo habíamos visualizado, pero en la plática salió que de pequeñas nos encantaba vender limonadas, galletas, osos de peluche baratos, todo lo que se nos cruzara en nuestro camino y nos gustaba decir que éramos dueñas de una empresa.

Cuando decidí entrar a la carrera de Administración de Empresas, ella me dijo que también estudiaría lo mismo. Estábamos tan felices porque nuestro sueño oculto se iba hacer realidad, ella, la creativa y yo la organizada.

—¿Quieres?

—¿Todavía encontraste?

—¡Sí!—dijo Fernanda que saboreaba su bocado.

Nos fascinaban las jícamas, zanahorias o pepinos rallados con limón, sal y mucho chile; se nos antojaba en esta temporada de calor. Siempre compartíamos todo. Algunas de nuestras amigas nos decían que si no nos cansábamos la una de la otra, ¡pero nada que ver!, nos extrañábamos cuando no nos veíamos o cuando mi familia o la suya salían de vacaciones. Por eso siempre tratábamos de pasar vacaciones con mi familia y después yo con la suya.

—¡Estas jícamas son las mejores!

—¡Lo sé! Lástima que se nos acabó el receso, es hora de entrar a clases.

Cuando los profesores nos dejaban algún ejercicio, a Fernanda se le ocurrían las mejores ideas, en verdad, era muy buena…

Algunos días nos tocaba entrenar futbol en el campus, lo malo es que estaba lejos y teníamos que ir caminando. Hacíamos como cuarenta minutos, pero nunca nos importó, ya que contábamos con toda la energía del mundo. Me encantaba que al entrenar no me preocupaba sudar, sentía como si mi ropa de entrenamiento me dijera que estaba bien sudar al máximo, al contrario de cuando estoy vestida con ropa casual. Siempre pienso que mi ropa deportiva es como un traje de superhéroe, me hace sentir indestructible y fuerte. Y creo que a Fernanda también, de hecho, ella fue la que me animó a entrar al equipo.

Te confieso algo, yo no era buena en este deporte, soy fuerte y rápida pero no sabía manejar el balón, por eso me pusieron en la defensa. Fernanda era diferente, buena delantera, la que metía los goles, y me preguntarás ¿no te daba celos de ella?, ¡no!, creo que en esta vida cada uno tiene su rol y sus habilidades, las mías son la organización, la fortaleza, disciplina y tenacidad. Fernanda, por su parte, tenía la creatividad, la energía, sociable a más no poder, poseía ese don de caerle bien a todos. Por eso sabía que haríamos un buen equipo al conformar nuestra empresa.

—¡Te las acabaste! —dijo Fernanda.

—Lo siento, estaban muy buenas.

El profesor nos llamó la atención. Las dos nos callamos y continuamos escuchando la clase, no pasó tanto tiempo cuando acabó su hora y el maestro se despidió. El día se fue como agua y la noche llegó, normalmente mi mamá o mi tía pasaba por nosotras, se iban turnando para que no nos regresáramos solas, porque no les gustaba que anduviéramos tan tarde en la calle.

 

Al otro día me levanté un poco más temprano porque teníamos entrenamiento, entonces, había que llegar a las dos de la tarde al campus. Era tan divertido caminar junto con el equipo, nos reímos mucho. Fernanda se detuvo a comprar una coca y unas papas para compartirlas con todas y se acabaron en un santiamén. Los minutos, segundos de la caminata se hacían nada cuando las pláticas y las risas florecían; de pronto, Fernanda me dijo que la esperara tantito y como nunca nos dejamos solas, aguardé, mientras las otras se adelantaron. El novio de Fernanda había llegado, un joven muy guapo, de esos que te hacen suspirar, mi prima llevaba con él tres meses y me contó que habían sido los mejores de su vida.

Yo pude presenciar el inicio de ese amor, ¡fue de película!, todo pasó en un día normal cuando estábamos en receso y fuimos al comedor, Fernanda es de esas chavas que les encanta comer todo lo que no es saludable, pero tiene una figura delgada y marcada, hasta parece que va al gimnasio, ¡pero no, nunca lo ha necesitado! Todo el tiempo bromeaba con ella diciéndole que fue hecha por la diosa Venus, porque estaba tan guapa y sin realizar esfuerzo alguno. Se sentó a mi lado y traía en su plato tres quesadillas: una de queso con chorizo; otra de pollo con queso, y una más de chicharrón prensado, además, su respectivo refresco. Ése sólo era su refrigerio, un pequeño snack. Yo me moría de risa y a la vez de envidia por la cantidad de comida que consumía sin perder la figura. Y ella se reía de mí, porque yo comía verduras y ensaladas.

Ese día llegó un chavo que no habíamos visto en la escuela, de hecho, entró a mediados del ciclo escolar. Cuando lo vimos nos quedamos sorprendidas, ¡estaba muy guapo!, su musculatura perfecta, bronceado, ojos café claro, su cabello negro azabache, tenía los labios gruesos y rosados, media 1.89, algo extraño de ver en este país, porque la mayoría son chaparritos.

Mi prima se paró al baño y fue cuando me di cuenta de que la siguió con la mirada, creo que inmediatamente le llamó la atención. Se conocieron hasta el día del festival que fue una semana después, ahí estaba él platicando con un compañero de nuestra carrera, nos acercamos, y mientras yo me quedé con Javier, Fernanda se fue a dar una vuelta con Ricardo y desde ese momento empezaron a salir.

El día que le pidió que fuera su novia ¡fue muy hermoso! Ricardo me pidió ayuda para organizarse y hacerle algo emotivo. Así que ese día la llevé a mi casa, mientras él le preparaba algo en la casa de Fernanda y, por supuesto, mi tía estuvo de acuerdo, porque le caía muy bien. Era la clase de muchacho que mi tía deseaba para su hija, amable, inteligente y detallista, estaba orgullosa de lo que había elegido.

 

¿Te cuento algo? Sí, a ti, a quien esté leyendo estas líneas. Mi prima siempre fue una persona noble, le daba pena que le dijeran lo bonita que era, nunca fue mamona con nadie. ¡Aún me da coraje!…

 

Ese día Ricardo le preparó una cena romántica. La mesa hermosa, decorada con mantel blanco y rosas. La cena italiana con vino tinto; atrás había puesto un tipi, en el suelo extendió una manta gruesa, cómoda y por todos lados había cojines de colores. De frente colocó un proyector y un carrito de dulces con una pequeña máquina de hacer palomitas y todas las películas que a mi prima le gustaban. ¡Obvio que le ayudé!

En tanto él preparaba todo, yo me llevé a Fernanda a la plaza con el pretexto de comprar ropa. No era nada extraño, siempre íbamos juntas de compras, así que no lo dudo para nada y al ser viernes, la tarea no nos detenía. Paseamos por las tiendas y le dije que se probara algunos vestidos y uno le gustó mucho. Así que mi mamá se lo regaló. No había nada raro en que mi mamá le comprara cosas, mi tía hacía lo mismo conmigo. Le dije que tenía una cita para una prueba de maquillaje, la realidad es que esto sí lo planeó mi tía, le comenté que era para dos personas y como nos encanta maquillarnos aceptó sin vacilar. ¡Quedó chulísima!

Mi mamá y yo la fuimos a dejar a casa de mi tía y a fuerza entré, porque la curiosidad me mataba, ¡deseaba ver cómo había quedado todo! Y ahí estaba él con una camisa blanca, jeans y tenis blancos. Mi prima se quedó pasmada, no sabía qué decir y le hice señas para que se pusiera su vestido. Subió a cambiarse y bajó más hermosa que nunca. Después de unos minutos me fui a casa.

¡Las historias de Instagram le quedaron de pelos!, todo el mundo comentó que tenía mucha suerte, también decían que se veían hermosos como pareja. En la escuela, nuestras amigas deseaban a alguien como él, y le preguntaban si tenía un hermano y tantas cosas más.

Mientras esperaba a Fernanda, observé una tienda nueva, aproveché el tiempo para conocerla. Se encontraba algo oscura, vendían cosas vintage o mejor dicho, cosas viejas. Se percibía un olor que parecía una combinación entre maderoso, rancio y húmedo. Esos olores me gustan mucho, porque me recuerdan la inteligencia, los secretos, lo desconocido y la creatividad. Me recibió una señora poco amable que inmediatamente me preguntó, con tono rasposo y abrupto:

—¿Qué quieres?

Le contesté que sólo estaba viendo lo que ofrecían.

—¡Pues lo que ves es lo que vendemos! —dijo levantando su tono agrio de voz.

Inmediatamente salió una señorita de unos treinta años de edad.

—Perdona a mi mamá.

—No hay problema, sólo quería saber lo que vendían.

—Pues hay muchas cosas antiguas, lámparas, teléfonos y otras cosas interesantes. Toda la mercancía por ahora es de la casa de mi abuelita y como está de moda lo vintage…

—Es una buena ganancia, me imagino.

—Sí, pero adelante y me dices si algo te gusta.

Sabía que no iba a comprar, pero me dejó ver; sin embargo, su mamá me seguía con la mirada y me incomodaba. Después de unos segundos me dejó de importar, porque me llamó la atención un objeto que no distinguía bien, se encontraba en una repisa y al acercarme me di cuenta de que era un libro negro. Me atrajo como abeja al panal, tenía una estrella en el costado. Tomé el libro sin título, sólo tenía esa pequeña estrella de color dorado, lo abrí y de la nada la señora salió por detrás.

—¿Lo vas a comprar?—me gritó.

—¡No, no… no lo sé! —le respondí toda agitada por el tremendo susto que me metió.  

—Este libro es para gente especial.

Me lo arrebató, me le quedé viendo fijamente, molesta por su reacción. Su hija no hizo nada, creo que estaba de acuerdo con su mamá. Así que ofendida caminé hacia la puerta y dije:

—Es que sentí que algo me atraía de ese libro.

La señora se paró lentamente mientras arrastraba su pierna derecha, colocó el bastón frente a ella y dio unos golpes en el piso que sonaron tan fuerte, que me detuve. Entre que arrastraba su pierna y cojeaba se acercó más y me dijo:

—¡Llévatelo! —estiró la mano y lo colocó fuerte en mi pecho.

—¿Cuánto cuesta?

—¡Sólo llévatelo!

Casi me empujó para que saliera de la tienda, de hecho, tenía bastante fuerza para ser una vieja decrépita. Su hija cerró la puerta frente a mis narices y puso un letrero que decía “Salimos a comer”.

—¿Qué fue todo eso?—dijo Fernanda.

—No tengo la menor idea.

—¿Qué es eso?

—Un libro.

Fernanda, que no le encantaba la lectura, me hizo una mueca y ni siquiera intentó abrirlo.

—¿Y las demás?

—Pues se fueron…qué esperabas, ¿que se quedaran hasta que terminaras de darte esos besotes?  

—¡Ay, ya no te quejes!, vámonos.

—¿Qué tal tu galán?—levanté mis cejas y sonreí.

—Pues…bien.

No la vi convencida de lo que me había dicho. Así que indagué un poco más, mientras llegábamos al entrenamiento.

—¿Pasó algo?

—No estoy segura, fue raro… estábamos platicando tranquilos y de pronto me preguntó por Pedro, como si estuviera molesto hasta podría decir celoso.

Al principio me reí y le contesté:

—¡Uy, se puso celoso!, eso es bueno, quiere decir que te quiere.

Obviamente bromeaba, pero a la vez no, siempre he escuchado que si un hombre te cela quiere decir que te ama. Ese mensaje está por todos lados: en las canciones, en las películas y hasta en los libros de amor. Sé que es poco saludable, pero es difícil de quitar una idea tan plasmada que se pasa de generación en generación, eso sí, nada es imposible. Creo que tenemos que educarnos nuevamente como personas. Por eso, antes de volver a decir cualquier tontería, me quedé un minuto pensando y cuando iba a decirle algo más, ella me ganó la palabra.

—Sé que no está bien la reacción que tuvo, pero me ofreció disculpas, y además le dije que no puede estar celoso, porque Pedro es mi amigo de toda la vida.

Yo, por mi parte, sabía que Pedro estaba enamorado de ella. Por eso creía que los celos de su novio estaban fundamentados, ¿o será que al final los celos están mal? La verdad, es que siempre le doy vuelta a las cosas; tiendo a pensar tanto que a veces se me hace difícil tomar decisiones.

Llegamos al entrenamiento, ¡cómo me ponía contenta hacer ejercicio!, y Fernanda pensaba lo mismo.

En la escuela las cosas transcurrieron con normalidad y esta vez a mi mamá le tocó pasar por nosotras. Recuerdo que ese día nos dejaron tanta tarea que nos veníamos quejando durante el camino a casa; mi mamá se molestó y nos dijo: “¡Ya cállense!, quisiera tener esa edad y sólo hacer tareas”. Yo siempre escuchaba a los adultos platicar de su juventud y muchos deseaban regresar a esa época para no tener tantas responsabilidades. De seguro tenían una escuela muy barco, porque la nuestra parece que deja tarea como si no hubiera un mañana. O a lo mejor tienen razón, nunca lo sabré, querido lector.

Esa noche después de cenar me fui a mi cuarto, me había olvidado por completo que traía el libro, hasta que saqué mis cuadernos para realizar mi tarea. Nunca me duermo temprano, hago la mitad de la tarea en la noche, la otra la dejo para el día. Sin embargo, todo fue tan anormal, porque al abrir mi mochila y ver el libro negro sentí cómo llegó la oscuridad tan siniestra y oculta que me lamía lento. En vez de alejarme, me acerqué sin miramientos, el libro me llamaba. En la primera página decía: “El miedo es el enemigo de los que no pueden encontrar su verdadera esencia”. Fue lo único, porque al hojearlo estaba en blanco, fue tan estresante que me dio ansiedad. Volvía hojearlo una y otra vez como si esperara que cambiara. La blancura de sus hojas me decía que era un libro poco común, que dentro de esa blancura se escondían letras, palabras, oraciones, pero por algún motivo no las podía ver. Me acercaba el libro a mi cara y los ojos se me desorbitaban de mi cavidad, porque presentía que en esas hojas blancas e insípidas había algo. El tiempo pasó, pronto se escucharon tres campanadas, algo insólito, porque no teníamos ningún reloj que hiciera eso. Las tres de la madrugada y en ese momento se reveló en la tercera página el título del libro: Receta para crear a una bruja.

Mi respiración se agitó como aceite hirviendo, burbujeaba de desesperación, de miedo, pero deseaba seguir leyendo, le di vuelta a la hoja y en ese instante las letras desaparecieron. Pasó una hora, en un cerrar de ojos vi el reloj y eran las cuatro de la mañana.

Llegó el día y yo con las ojeras al suelo, mareada de sueño arrastraba mis pies por toda la casa. Mi mamá me vio tan indispuesta que me permitió faltar a clase. Me tumbé en la cama y me quedé dormida por varias horas. Desperté a la hora de la comida, inexplicable, pero olvidé completamente el libro. Caminé a mi recámara y lo vi, recordé con terror la noche anterior, pero al mismo tiempo fue bizarra y excitante. Lo guardé en mi clóset, lo escondí en la profundidad de los objetos perdidos.

Al siguiente día paseaba por la escuela con calma y normalidad que incitan mis horas tan comunes y tediosas. Pero me detuve en el comedor porque vi a Fernanda con los ojos llorosos.

—¿Qué tienes? —pregunté como si mi ausencia de un día hubiera sido de un año.

—Nada...

—Siempre nos hemos dicho todo, ¡anda, dime!

-­—Te platico al rato.

 

Se fue caminando al salón y en la esquina la esperaba su novio que la tomó del hombro y se metieron. “¡Qué extraño! ¿se habrán peleado?” Es raro ver a mi prima así, porque siempre está contenta. Llegando a la casa pensé que me iba a contar.

Cuando llegué, lo primero que hice fue ir corriendo para ver a Fernanda, ya que esta vez no nos regresamos juntas. Toqué varias veces y al poco rato abrió mi tía, pero me comentó que se había ido al cine. “La veré después”, me dije.

Cayó la noche en mi cuarto, me recosté sobre la cama y vi directo al clóset que palpitaba con gran ahínco, como si la puerta respirara. ¡Me llamaba ese libro siniestro! Miré hacia el techo y me quedé ahí inerte por un rato, sin embargo, no dejé de escuchar la palpitación, ¡pum, pum, pum! La puerta se expandía y se contraía como si tuviera vida. Me levanté de un salto y abrí el clóset, lo saqué y con tan solo tenerlo en mis manos sentí una dicha indescriptible, la adrenalina corrió por mi cuerpo como lava ardiente.

Inquieta ,esperaba la hora, las campanas sonaron las tres de la mañana. Las letras iban tomando forma de manera sutil y delicada acompañadas de tonos grises, después, las palabras agarraban fuerza al hacerse más oscuras hasta llegar al negro. Vi la primera página y el título: Receta para crear a una bruja. Viré la hoja y creí que era un chiste, una receta de cocina, pero al avanzar, se tornaba oscura y sobrecogedora.

 

Ingredientes:

—Una noche de luna.

—Una mujer común, joven o vieja (de preferencia, descontenta con su vida).

—Una ramilla de paja con un extremo puntiagudo.

—Un puñado de cochinillas secas, machucadas y cocidas con anterioridad para obtener, gracias a la incorporación de una clara de huevo, un pigmento rojo y pegajoso que servirá como tinta (a falta de sangre fresca).

—Un jarrito para contener la tinta.

—Un pliego de papel amate.

—Alguna forma de comunicación inmediata con el dios Tezcatlipoca: ya sean señales de humo, invocaciones o malos pensamientos.[1]

 

Volteé la página y me quedé viendo que existía un modo de preparación. De pronto, el limbo. Sólo respiraba como pájaro, respiraciones rápidas y consecutivas. Cerré el libro porque no quería saber más. Corrí al clóset y excavé con las uñas haciendo un hueco, ni siquiera me dolió ni siquiera lo sentí, y ahí lo guardé. Lo tapé con un poster de mi artista favorito. Me subí a la cama y quedé profundamente dormida.

Al día siguiente me topé con Fernanda en el autobús.


[1] Tomado de Carmen Leñero, Monstruos Mexicanos, Alas y raíces, México,SEP, año 2019, p.107

—Te anduve buscando, ¿hasta qué hora llegaste, Pillina?

Le iba a decir otros chistes para burlarme como siempre lo hacemos, pero me detuve porque la vi descontenta.

—¿Estás bien?

—Sí, sólo cansada. Los profesores nos han dejado mucha tarea.

Aunque tenía razón, no era motivo para traer cara de zombie. Sus ojeras no eran normales, y lo amarillo de su piel la hacía parecer enferma.

—¿Qué te pasó, ahí?

—Me pegué en el brazo. Ayer estaba con mi perrita jugando, forcejeando y me golpeé en la esquina de la mesa, ya ves que está puntiaguda, ¡antes no me abrí!

—¡Qué trancazo te pusiste!

—Ya sé… mi mamá me dijo lo mismo cuando vio cómo me pegué. Me puso árnica y todo eso, pero aun así se me puso colorado.

Durante la semana controlé mis ganas de tomar el libro, pensé regresarlo, pero ni siquiera me atrevía a agarrarlo. Inusitado saltaba un sentimiento tan profundo que me decía “no lo devuelvas”; entonces, sólo controlé las ganas de abrirlo. Siempre le cuento todo a Fernanda, pero esta vez no lo hice, era un secreto que lo quería para mí, para disfrutarlo como cuando uno disfruta su tiempo a solas, viendo la televisión o leyendo un libro, un momento íntimo.

Llegó el viernes y nos invitaron a una fiesta, la verdad no soy muy fiestera, pero cuando entro en calor ya no dejo de bailar. Ese día en la escuela estábamos platicando sobre lo que nos íbamos a poner.

—Creo que le pediré a mi mamá su vestido de colores —dijo Fernanda.

—¡Ése está padre!, tiene un aire de los setenta, es brilloso con colores mezclados. ¡Se te verá impresionante!

—¿Y tú?

Fernanda sabía que no tenía ropa de ese estilo y tampoco le podía pedir a mi mamá, ya que se vestía todo el tiempo casual, igual que yo.

—Me iré con el pantalón negro, blusa negra y unos tenis casuales...

—¡No, para nada! te vas a ir con el vestido azul.

Ese vestido azul le había salido carísimo ,fue un regalo de su mamá en su cumpleaños pasado y aunque yo era de una talla mayor, sí me quedaba por lo holgado del vestido.  

El viernes salimos temprano de la escuela y mi mamá pasó por nosotras. Después nos acompañó a la casa de Fernanda, porque nos tocaba arreglarnos ahí. Nos bañamos y luego de tardarnos tres horas para arreglarnos, estábamos listas.

A mí me encantaba verme arreglada, no todo el tiempo tenía los vestidos y la oportunidad de hacerlo, me sentía hermosa.

El novio de Fernanda pasó por nosotras, llegamos al antro y entramos enseguida, porque teníamos mesa reservada. Éramos once personas, entre amigos de Ricardo y de nosotras.

Transcurría la noche y veía a Ricardo un poco molesto, de hecho, de un tiempo para acá tenía esa cara de pocos amigos.

—¿Todo bien? —le pregunté a Fernanda cuando vi que estaba sola.

—Sí, no te preocupes, luego se le pasa...

Me iba a decir algo más, pero él ya estaba ahí; en ese instante me empezó a molestar su actitud. Ya quería llegar a casa para platicar con ella sin que nadie nos molestara.

Bebo muy poco, pero ese día se me subieron las copas. Recuerdo que tomé la misma cantidad que siempre, sin embargo, las sirvieron cargadas y no me supieron tanto a alcohol, porque estaban muy dulces.

Como te comenté, mi querido lector, nunca nos separamos o nos perdemos de vista, siempre estamos al pendiente la una de la otra, pero esta vez no fue lo mismo.

—¡Fer, voy al baño! —grité

—Espera, te acompaño.

Y pensé, “¡qué gran oportunidad para platicar!” En los antros, los baños de mujeres se prestan para platicar o enterarnos de cualquier chisme. Pero para mi sorpresa Ricardo nos acompañó, aunque no lo tomé a mal, porque la cuida mucho. Nos dijo: “¡no se tarden!”, había una fila enorme y me tocó entrar primero. Ya no le pregunté nada, porque no teníamos tanta privacidad, pero pensé “tendré otra oportunidad en casa”.

Me senté y las náuseas salieron a relucir, en unos segundos más vomité toda la cena. Bajé la tapa y me senté sobre la taza mientras secaba mi sudor, no sé realmente cuánto tiempo pasó, pero no fue mucho. Cuando me recuperé y salí, comencé a pronunciar el nombre de Fernanda, pero ya no estaba.

Le pregunté a la señora que se sienta en la entrada del baño y que vende dulces, si había visto a una pareja, los describí. Me respondió que se habían ido hacía unos minutos, compré un chicle de menta y caminé hacia nuestra mesa, mientras la gente bailaba, platicaba y bebía, yo estaba tratando de verla entre la multitud.

—¿Dónde está Fernanda?—pregunté casi gritando.

—Salió con Ricardo, parecían molestos—me dijo una amiga.

Aún mareada y con pocas ganas de caminar me dirigí a la entrada, pero no los vi por ningún lado; le pregunté al cadenero y me dijo que estaban en el estacionamiento; tambaleándome llegué. No caminé más porque estaba muy mareada, así que me regresé, me senté en las escaleras de la entrada esperando que aparecieran. Después de una hora apareció Ricardo. Se sorprendió al verme, creo que no esperaba que estuviera allí.

—¿Dónde está Fernanda?

—No sé… tomó un taxi y se fue, estaba muy molesta —levantó su ceja y se encogió de hombros.

—¡Porqué la dejaste ir sola!

Mudo, movió los ojos hacia arriba antipáticamente y se metió al antro. Por primera vez lo vi con otros ojos, no era guapo ni amigable, ¡se veía como un cabrón! ésa era la palabra.

Le hablé a mi mamá que pasó por mí tan rápido como pudo. En cuanto me subí al carro le pregunté si Fernanda había llegado y dijo que nadie le había respondido a la puerta. Regresamos y ni siquiera llegué a mi casa, fuimos y tocamos e insistimos tan fuerte que mi tía se despertó y cuando abrió, pensé que nos iba a decir que estaba dormida. Pero no, sólo miró su celular y se dio cuenta de las llamadas y mensajes que no había contestado. Mi estómago se retorció, me dieron ganas de vomitar nuevamente. Con las cosas que pasan en este país… lo primero que se me vino a la mente fue algo negativo y aunque traté de pensar lo contrario, de tranquilizarme, no pude.

En ese momento empezamos a llamarle constantemente, pero no respondía. Seguimos intentando, le dejamos un sinnúmero de mensajes y nada. ¡Esto no pintaba bien! Esa noche no descansamos, sólo fui a mi cuarto, me cambié, lavé mi cara, me puse unos pants y salí de nuevo a casa de mi tía.

Las vi tan preocupadas, con su piel amarilla y pálida. Mi tío, tan fuerte, no podía negar la angustia, con ojos rojos y el tono de su voz quebrada, marcaba desesperado a todos sus amigos para que lo ayudaran. Por mi parte, le marqué a Ricardo pero no me contestó.

Mil veces me preguntó mi tía todo lo que pasó y le dije la historia tantas veces, que en un momento me empecé a sentir culpable de haber entrado al baño, de haberme tardado más de lo normal, de tomar esas bebidas, al final, ¡ni me gusta tomar!

Llegó la mañana y aún sin localizarla. Y yo, sin poder hablar con Ricardo. Hasta que por fin me contestó…

—Hola...

—Ricardo, Fernanda no ha regresado.

—¿Cómo?, espera...

Me hizo esperar unos minutos.

—Me voy levantando, ¿qué estás diciendo?

—Que no ha regresado a casa desde anoche y traté de localizarte, pero no contestabas. Quiero saber, qué pasó…

—¡Pasó lo que te dije! se molestó conmigo…hemos tenido problemas…eh… y en la noche así de repente, se fue.

—Jamás me dejaría sola.

—Pues… ¡estaba muy molesta! Te digo que se fue y no dijo nada más…  Lo siento… eh… Tengo que colgar.

Y colgó sin más ni más… No tuve tiempo de pasárselo a mi tía, que lloró tan abruptamente, porque no lo había hecho en toda la noche.

Marcaron de nuevo a la policía, pero no habían pasado las veinticuatro horas reglamentarias, aunque para nosotros se sintió como una eternidad. Sin embargo, mi familia no se quedó con los brazos cruzados, juntaron amigos y familiares para empezar la búsqueda. A mí me dejaron en casa, yo no chisté, porque era fundamental que estuviera por si regresaba.

Salieron todos con pasos angustiosos y me quedé sola, me acerqué al cuarto de Fernanda y lloré como nunca; de pronto, me atacaron mis sentimientos: primero me daba ánimos y me la imaginaba tocando a la puerta, luego los pensamientos negativos arribaban como bomba nuclear. “¡Es culpa de Ricardo por dejarla irse sola!”, decía con rabia, lo repetía con odio, con angustia y tristeza. En otro momento, la culpa me rompía en dos diciendo; “¡¿cómo pude tomar tanto?!, soy una tonta, la dejé sola”. Tantos pensamientos, sentimientos picaban en mi cabeza como agujas, penetrando mi cuero cabelludo hasta el cerebro, un dolor insoportable.

Como un relámpago, me entró la urgencia de leer el libro negro, unas ganas tan sádicas de hacer lo que decía…

Sin embargo, no podía dejar mi puesto. Intenté nuevamente marcar a Ricardo, quería entender, quería saber todos los detalles porque ahí estaban las respuestas. Pero jamás volvió a contestar. Y por obvias razones se convirtió en el principal sospechoso.

Seguía de pie en la entrada de la recámara como una zombie, la observaba y se me entumeció el cuerpo cuando vi el libro negro encima de su cama. Allí estaba, me habló susurrándome al oído que lo abriera, que lo leyera. Y lo abrí, las letras se derretían como si el libro tuviera vida...

Azotaron la puerta de la casa, mi cuerpo por inercia se sacudió, habían llegado mis papás y mi tíos. Aventé el libro negro debajo de la cama deFernanda, “me estoy volviendo loca”, repetía en mi mente.

—¿Ha marcado alguien? —dijo mi tía.

Una pregunta la cual sabía la respuesta. Se detuvo, me miró con odio y con ganas de que yo fuera Fernanda, se dio la media vuelta. Mi mamá me abrazó con fuerza, me dijo que todo estaría bien, que iba a regresar. Yo no quería ser pesimista, pero lo dudé. No solté a mi mamá y volví a llorar a garganta partida, me abrazó más fuerte; mi respiración se escuchó cortada como si apenas pudiera tragar aire. Si Fernanda no regresaba, no quería vivir, era mi confidente, mi mejor amiga, mi hermana.

Me senté en la sala, mareada, con mis ojos rojos y cansados.

—Vete a la casa, nena —dijo mi mamá.

—No, estoy bien, quiero verla llegar.

Mi tía cambió su mirada y con ternura dijo:

—Recuéstate en el cuarto de Fer, mientras llega.

Me levanté e hice caso, mi mamá me acompañó y mientras me acostaba, me arropó como cuando era pequeña.

—Yo tuve la culpa, la dejé sola —susurré.

Mi mamá me dio un beso en la frente y me vio con mucha seguridad a la par que sus palabras salieron.

—No es tu culpa.

Me sentí protegida, querida y por un segundo la culpa se difuminó. Cerré los ojos, mi mamá apagó la luz, salió del cuarto y entrecerró la puerta; pero no pude conciliar el sueño, porque estaba atenta a la plática.

Mi tía estaba molesta, porque al levantar el acta, el policía que las atendió no le preocupó en lo más mínimo lo que les estaba sucediendo. En este país las mujeres desparecidas son cosa de todos los días, por eso eran tan indiferentes, distantes que perecían no tener empatía. Mi mamá hablaba con mi papá, cerca del cuarto en tono bajo, decía que la policía no iba hacer nada. Si deseaban encontrar a Fernanda tenían que hacerlo por su cuenta.

Me levanté, no podía dormir, me senté viendo al exterior de la ventana. Recordé cómo nos poníamos a platicar en el borde, sacábamos los pies y mientras disfrutábamos del aire frío en invierno y caliente en verano, nuestros sueños salían a relucir, pláticas interminables tatuadas en mi ser.

Pasó una semana y no la dejamos de buscar, mi tía fue varias veces a visitar a Ricardo, pero nunca lo encontró, se dieron cuenta de que la casa había sido abandonada. ¡Era el culpable! Todos sabemos lo que le sucedió, pero no queríamos decirlo, existía la esperanza de que sonara el teléfono y que escucháramos su voz, la esperanza de que se encontrara con vida.

Otra semana sin saber de Fernanda o el paradero de Ricardo. La policía dijo que seguía trabajando, pero nunca lo hacen, ¡no hacen nada!, vivimos en un país sin ley.

No fui a la escuela desde que desapareció, me la pasaba con mi tíos y mis papás buscándola, algunos amigos se unieron al reclamo, gritábamos con voz desesperada, pero no escuchaban.

Las noticias hablaban de ella, las redes sociales no paraban de mostrar su cara, de repetir la misma historia, pero sólo el vacío se arremolinaba en nuestra familia.

No había salido sola, pero en esa noche mi instinto me habló y salí, sin miedo, sin indecisiones. Tomé el carro de mi mamá y me fui al antro donde había sucedido todo.

En ese momento no sabía el día de la semana en que vivía, cuando llegué, me di cuenta que era viernes porque había mucha gente. Me estacioné al otro lado de la calle, donde nunca, pero nunca puedes dejar el carro, porque es un crsitalazo seguro, pero no me importó. El cadenero me reconoció, se acercó con sumo cuidado.

—Lo siento—dijo inclinando su cabeza.

¡Yo no necesitaba un lo siento, lo que deseaba era que alguien me dijera dónde estaba!

—Fue su novio.

Lo afirmó, nunca lo dijo en tono de pregunta, o dudó, ¡y claro que lo sabemos! No entiendo cómo los padres defienden esas acciones, cómo defienden a su hijo por sobre todas las cosas, aunque haya... No deseo decir la palabra.

 

Querido lector, me encantará decirte cómo termina todo esto…

 

Me quedé esperando a que concluyera su frase, le dijo a su amigo que se encargara y nos separamos de la gente.

—Peleaban muy fuerte, ella lo quería contener, decía que sí a todo, pero mientras más trataba, él se ponía peor. Vi como le dio una cachetada, se la llevó del brazo y la metió a su carro. Después de eso ya no supe más.

—¡Y por qué no se lo contaste a la policía!

—Lo hice, pero les valió madres, ya sabes cómo son.

—¿Hacia dónde se dirigieron?

El cadenero levantó la mano y señaló, respiré profundo y le di las gracias. Pero mi mente me decía “¡gracias de qué no sirvió de nada lo que me dijo!” Habíamos revisado esa zona tantas veces.

Caminé de nuevo hacia el lugar, las estrellas me acompañaban y el aire frío recorría mi piel y movía mi cabello con agresividad. Me dio tanto miedo seguir, pero continué… Esa avenida era transitada, sin embargo, a estas horas se encontraba casi desierta. Pasé de nuevo a lado de ese edificio viejo donde buscamos una y otra vez, me paré por un segundo, “estoy perdiendo el tiempo” pensé… Y mientras respiraba hondo, y mientras imaginaba a Fernanda contenta en los entrenamientos, una lágrima se asomó y se deslizó sobre mi rostro. Levanté la cara y vi una calle cerrada, tenía casas pequeñas construidas por los años setenta, apenas pude notar la coladera que sobresalía de la jardinera. Me acerqué con miedo, me acerqué deseando alejarme, pero algo me decía que siguiera.

 

¿Te ha pasado a ti, escuchar esa voz reflexiva que te dice que algo no anda bien, que te advierte? Pues a mí también me habló.

 

Levanté la tapa que por cierto se encontraba floja, un olor extraño se desprendió, no deseaba mirar, porque sabía lo que iba a suceder, como sabes lo que le pasa al agua cuando hierve. Tan certera era mi intuición que me quedé ahí con la mirada perdida, mis manos comenzaron a temblar y poco a poco se propagó a mi cuerpo.

¿De dónde saqué valor?, no lo sé, pero bajé la vista y mi corazón se tranquilizó cuando sólo vi oscuridad. Saqué mi celular, prendí la lámpara y ahí estaba sólo un cuerpo al principio, no la distinguí por su color verde parduzco y su carita hinchada. Miré con detenimiento… ¡grité, grité, grité con tal fuerza! que me lastimé la garganta, mis gritos rasgaron mis cuerdas bucales. Los vecinos prendieron sus luces y salieron rápido, me vieron hincada gritando, no podía parar.

—¡Ayuda! Sálvenla, por favor sálvenla…

Un señor me tomó de los brazos y me llevó hacia atrás, me sentó sobre la banqueta para poder ver y se horrorizó. Yo seguía repitiendo lo mismo a todos los que se me acercaban. Pero se quedaban parados, unos se agarraban la cabeza y otros cuchicheaban entre ellos y me miraban.

—¡Nadie hará nada, sáquenla de ahí!

Me levanté, empujé a una señora y me desplomé, mis piernas temblaban, no soporté mi peso y caí sobre mis rodillas. No sentí dolor físico, sólo el dolor de mi corazón me descuartizaba.

El mismo señor me sostuvo. Yo seguía gritando, seguía llorando hasta que me desvanecí. Me levanté y estaba acostada en el carro de mi mamá, por supuesto ella estaba a mi lado.

—La salvaron, ¿verdad?... Fernanda está bien…

Al fondo observé a la policía que acordonaba el área.

Mi mamá encendió el carro.

—Pero… ¡no me quiero ir, quiero ver cuando Fernanda esté a salvo!

Yo sabía, pero mi corazón no quería entender. Llegamos a casa, mi mamá me dio un baño caliente. Pero seguía insistiendo.

—¿Cuándo llegará Fer?

Mi mamá sonreía con amor, ternura y preocupación, pasaba su mano por mi cabeza. El agua caliente me relajó, me dio sueño y sentí pesado mi cuerpo, cansada, apenas me pude colocar la pijama.

—No me has dicho cómo está Fer.

—Aún no tengo noticias, descansa.

—Estará bien, ¿verdad?

—Duerme cariño, lo que tienes que hacer es descansar.

—Ok, dormiré, porque en cuanto regrese tenemos mucho que platicar.

Mi mamá apagó la luz y salió de mi cuarto.

Comencé a llorar, me tapé la cara con la sabana y a pesar de que me acababa de bañar me empecé a sentir caliente muy caliente. Me destapé y a lado de mi cama estaba el libro negro. La imágenes de Fernanda invadieron mi cabeza y en ese momento me di cuenta de que estaba muerta y que jamás iba a regresar, jamás platicaríamos, jamás trabajaríamos juntas como lo habíamos planeado. El jamás se convirtió en fuego ardiente que quemaba mi piel, el libro negro se abrió solo, mostrándome todas las páginas. Una fuerza demoníaca se apoderó de mis pensamientos, me mostró el pasado en el cual se encontraba Ricardo, el futuro y lo que podía llegar a ser.

¿Y sabes? accedí, con una condición, que no me quería alimentar de niños, le dije, le rogué, sin miedo, pero con venganza en mi corazón: “Deseo alimentarme de esos hombres y empezaré por Ricardo; después, todo aquél que violente a la mujer”. Y seguí la receta de cómo convertirme en una bruja y el libro negro accedió.

El poder que entró a mi cuerpo como un volcán, fue tan burbujeante que volví a nacer.

 

Te comparto algo, querido lector, la oscuridad me invadió, pero no me importó. Lo triste fue que mi mamá perdió a su hija, pero tampoco me importó. Porque haré algo que nadie más ha podido hacer.

Ese día mi mamá fue a mi cuarto, no me encontró y me buscó, ¡oh, cómo me buscó! Para que no sufriera lancé un hechizo que desaparecía mi recuerdo de su mente y de los que me conocieron… y valió la pena. ¿Sabías que existen diferentes brujas alrededor del mundo?, ¡somos tan distintas! Yo, como bruja mexicana, me puedo transformar en bola de fuego para ir por mi presa o colocarme las partes de un ave y surcar los cielos. ¡Qué diferente soy a la bruja en que pensé que me convertiría! Me imagino que sabes cómo acaba esto…

Me coloqué las partes de un ave porque es más aterrador, mi cabeza, manos y una pierna se trasplantan. Ricardo no estaba tan lejos, de hecho, la policía lo ayudaba a esconderse. Su familia había dado una buena suma de dinero, o sea los compró y en nuestro país todo eso es posible, corrupción al máximo… pero no se escapó de mí.

 

Era de noche y el cielo estaba completamente despejado, las estrellas se miraban por doquier, los policías que vigilaban ni siquiera se dieron cuenta cuando volé directamente a su recámara. ¡Amo esta habilidad, me da tantas ventajas! Ricardo, se encontraba plácidamente dormido y mientras lo veía, la furia empezaba a hervir mi cuerpo, con ganas malditas deseaba terminarlo, pero quería que me viera. ¡Qué sintiera miedo como lo sintió Fernanda! Y se despertó, sus ojos se le salieron de sus cavidades, literal. Se quedó ciego y le brotó sangre de esos agujeros, pero reconoció mi voz e intentó gritar y no lo logró, porque le arranqué la lengua de tajo. Ciego y mudo se levantó e intentó golpearme, pero lo tomé por el cuello alzándolo, su rostro se puso colorado, pero no lo dejé sin respirar, quería que sufriera.

Se arrastró hacia la esquina de su recámara, sus uñas rasparon la pared y unas tantas se le desprendieron ¡lo disfruté, cómo lo disfruté! Mi lengua salió y se estiró, larga, babosa, delgada, se le incrustó en su pierna derecha, empecé a succionare intentó quitarla, pero es tan dura, tiesa y con espinas que le lastimaba sus manos. Gocé al verlo sufrir, su temor me extasiaba, me daba más fuerza. Y vi cómo perdió el color poco a poco y aunque trataba de respirar, al final dio un suspiró grande y murió.

¿Crees que me sentí mal? No. Te preguntarás si valla pena. ¿Tú qué crees?, dime

Si estás leyendo estas líneas tú que violentas, iré por ti. ¡Ten miedo, ten mucho miedo!...

Fin.

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"El mayor enemigo de un escritor novel es la oscuridad. Recibir la luz, la atención de otros, su gran reto." - Beka